viernes, 24 de agosto de 2007

12-08-07: Cena Internacional #1

Después de un rato de bromas y risas varias, sin duda nuestra mesa de juego improvisada se había vuelto popular para la poca gente que podía verse pasando cerca de recepción en ese momento, por lo que en nada de tiempo un curioso (como yo) se acercó a ver lo que pasaba.

Se trataba de un chaval asiático de rasgos no muy pronunciados, pelo rubio medianamente largo(tintado, espero), quizá un poco mas alto que yo y vistiendo un tanto veraniego para el tiempo que hacía (pantalones cortos estando a 16 grados…).

Lo primero que me pasa por la cabeza: este es japonés. Después de ver los mundiales de fútbol en los que SIEMPRE hay un japonés con el pelo tintado de naranja, éste tenía toda la pinta de venir de alguna isla de esas.

Después de preguntar un poco a que estábamos jugando llegan las esperadas presentaciones. Lo primero que entiendo es Hyuga. Ya está, japonés de tomo y lomo.

Le pregunto para confirmar y me dice que es de Hong Kong. Algo falla aquí.

Le digo que su nombre parece japonés y me corrige, no se llama Hyuga, se llama Hugo (como Hugh Grant, nos explica), pero como el muchacho tiene este acento americano cerrado pues a veces cuesta un poco pillar lo que está diciendo.

Claro, ahora ya la cosa tiene más sentido. Si te llamas Hugo y tienes acento americano, por supuesto que tienes que ser de Hong Kong.

...

Ni de coña.

Hasta él tuvo que admitir que yo tenía más pinta de ser de Hong Kong. Viendo la cara que estaba poniendo de bloqueo general del sistema, el bueno de Hugo nos explica que es una larga historia internacional de sus padres (no se si tan complicada como la mía) y que no nos preocupásemos.

Pasando página, decidimos que lo mejor era enseñarle a jugar y echar unas risas antes que quedarnos con cara de tontos el resto de la tarde-noche. Esta vez Anna se sienta junto a él y le explica cómo funciona el juego sobre la marcha igual que hizo conmigo antes.

Por desgracia para él, ésta era la primera de una serie de partidas en las que Anna se volvió la encarnación del gafe absoluto no sólo para ella, sino también para cualquiera que estuviese haciendo pareja con ella. De todas formas, para aprender a jugar no hace falta ganar.

En este punto de la tarde-noche creo recordar que la chica que me había dado las sobras de la bienvenida de estudiantes termino de recoger y se marchó, un grupo de alemanes se sentó en la mesa de al lado y comentaron algo con las noruegas, aunque sin llegar a juntarse con nosotros, y sobre todas las cosas, lo que recuerdo perfectamente es que la gente empezó a fijarse en las dichosas sobras que llevaba conmigo. Básicamente, había hambre, así que las uvas y los chilenos empezaron a desaparecer de la bandejita de plástico que contenía mis preciadas raciones de supervivencia.

Después de la partida de introducción de Hugo al “Idiota”, en la que aparte de perder pudo demostrar que es un chaval la mar de simpático y abierto, nada parecido a la clásica imagen que tenía de alguien de China (según él, China y Hong Kong no son lo mismo), apareció su compañero de cuarto, también de Hong Kong.

Este tenía mas pinta de ser de Hong Kong que el otro. Más serio, calladito, bajito, pelo negro como el tizón, sus gafas… más poquita cosa por así decirlo. Tenía pinta del clásico trabajador de oficina de las películas.

Le preguntamos su nombre, como era de esperar. No tarda en venir la expresión de estupefacción a nuestras caras (o al menos la mía).

Apolo.

Se llama Apolo.

Como el Apolo XIII.

¿Qué demonios fuman en Hong Kong? Es decir, conoces dos tipos de Hong Kong y se llaman Hugo y Apolo, que no sólo son los nombres menos asiáticos que conozco, sino que son hasta difíciles de encontrar en Europa (a lo mejor en Grecia no es tan difícil encontrar un Apolo pero…). Si se hubieran llamado Lin y Chen el mundo seguiría siendo un sitio “normal”.

Tras unas cuantas bromas acerca de la divinidad de nuestro nuevo jugador en la mesa (tenía que hacerlo, lo siento mucho), ahora le toca perder a él. Quiero decir, ahora le tocaba que Anna le enseñase a jugar.

Esta vez la partida fue un poco más allá en rarezas, ya que Hugo tuvo que marcharse una vez que tuvo su mano servida, dejando a Lovise supervisando su partida. De alguna forma, se las apañó para ganar sin ni siquiera estar presente. A eso le llamo yo ser un crack.

Cuando volvió Hugo, la preocupación me invadió, no por el hecho de que ganara juegos sin jugar, cosa que no podía importarme menos, sino por el hecho de que cuatro personas estaban fundiéndose alegremente lo poco que tenia para comer. Lo que fácil viene, fácil se va, pero eso no significa que te tengas que quedar tranquilo mientras se va.

Finalmente decidí dejar de lado mi estómago para no ser descortés y disfruté de una agradable noche (que ya era de noche) de bromas internacionales y locuras varias por parte de las noruegas, entre las que destacaría lo que le pasó un par de noches antes a Anna (aparte de ser de lo poco que recuerdo ahora mismo). Al parecer recibió una llamada en medio de la noche de algún miembro no identificado de Fantoft con problemas de garganta, porque tenía una voz extrañamente cavernosa y gutural mientras decía “ABRE LA PUERTA”.

Después de los 5 minutos obligados de partirse de risa, el “ABRE LA PUERTA” pasó a ocupar uno de los primeros puestos de bromas favoritas para usar con estas muchachas durante al menos un par de meses.

Nota mental: en los próximos 10 meses tengo que hacer una llamada a un número de teléfono aleatorio de la residencia y soltarle eso a alguna chica.

Tras un rato de cachondeo y quedarnos solos frente a recepción, Anna pensó que era el momento ideal para hacer el truco del saludo, algo así como girarse y saludar como si conocieses a alguien en la calle, que debía estar desierta en ese momento.

No lo estaba.

En ese mismo momento, Anne se dirigía tranquilamente a su bloque para descansar después de un largo día de hacer todo lo que tiene que hacer un estudiante Erasmus en las primeras semanas de estancia en un país extranjero cuando escuchó como alguien, a voces y entre risas, saludaba desde recepción. Menos de un minuto después, se encontraba en una de las mesas de madera delante de recepción hablando con dos chavales de Hong Kong con los nombres más extraños que puedan tener dos chavales de Hong Kong, un español que tenía más pinta de ser de Hong Kong que al menos uno de los dos chavales de antes y dos noruegas, una de las cuales estaba roja como un tomate.

Se trataba de una chica más alta que yo, rubia con el pelo recogido en una cola, delgada y con un lenguaje corporal propio de una mujer adulta, lo que en cristiano quiere decir que posiblemente fuera la más cuerda y sensata de esa mesa. Lo que no quitaba que tuviese hambre como todo el mundo en ese momento. Desgraciadamente para mi, cinco personas acabaron esa noche con lo que quedaba del racimo de uvas que me habían dado unas dos horas antes. Además, confirmé esa noche que acertar la nacionalidad de la gente no es mi especialidad. Igual que tomé a Hugo por un japonés, esta vez tomé a Anne por una alemana, aunque esta vez basándome en su acento.

Ni qué decir tiene, el único acento que soy capaz de diferenciar fácilmente es el español, cosa que sé con seguridad ahora que han pasado dos semanas de equivocarme, pero que en aquel momento, en mi inocencia, no podía saber.

Anne nos explicó que era francesa (quizás de París) y que su inglés no era muy bueno, aunque para mi era bastante mejor que el de muchísima gente. Supuestamente también sabía bastante alemán, quizá la razón por la que la había confundido con una alemana por su acento (aunque sigo pensando que simplemente es que no tengo ni idea de acentos).

Tras las presentaciones y explicarle mi maravillosa e ideal situación, la muchacha me ofreció amablemente que subiera a su habitación a pedirle comida si estaba en un apuro, ya que ella y su compañera alemana (esta sí) tenían básicamente de todo. Por supuesto, ahora que había surgido el tema, lo que tocaba era hablar de comida.

En medio de la subsiguiente conversación, las noruegas levantaron el chiringuito y se fueron a sus respectivos cuartos, supongo que por la misma razón por la que yo hubiera hecho lo mismo: mis tripas estaban empezando a rugir. Hugo y Anne estuvieron intercambiando sus respectivos vastos conocimientos culinarios con alguna que otra breve intervención mía y de Apolo, que creo que debía tener más o menos el mismo nivel de hambre que yo en ese momento. Hugo, confesándose un amante y conocedor de la cocina europea (sobre todo francesa e italiana), demostró sus conocimientos de francés ahora que tenía oportunidad con Anne, ya que había estado estudiando el idioma durante un año o dos.

Todo esto dio para una agradable conversación hasta que llegó el momento en que todos pensamos que teníamos el suficiente frío en el cuerpo como para querer ir a dormir. Hugo apuntó el número de habitación de Anne como había hecho antes con Anna y Lovise, cosa que tenía que haber hecho yo también y en la que no caí en ese momento, y nos dispersamos finalmente.

Cuando llegué finalmente a mi cuarto, observé durante unos instantes el botellín de agua a medio terminar y la bandejita de plástico con apenas 3 o 4 uvas de tamaño minúsculo, una veintena de “chilenos” que no estaba dispuesto a comerme, dos caramelos tipo “Sugus” y medio paquete de galletas María (bueno, Marie aquí) que adornaban mi mesa.

Al fin tenía algo para desayunar.

No hay comentarios: