sábado, 29 de marzo de 2008

27-03-08: A esquiar!! (2ª parte)

Una vez sobre plano, pude apreciar tranquilamente como era la pista de principiantes. Desde la base de la pista, que era donde me encontraba yo, podía apreciar lo que serían dos "escalones" en el terreno a modo de descansos en la cuesta, una cabaña supuestamente para primeros auxilios al final de la base, una especie de mini-telesilla unipersonal en un lateral de la pista que empezaba junto a la cabaña y acababa (lógicamente) en lo mas alto y una red de contención de esquiadores suicidas en el otro lateral. Si elevaba un poco más la vista podía apreciar pistas mucho mas altas con telesillas de verdad en las que Diederik y Paul debían estar haciéndose polvo, e incluso un descenso en una montaña que parecía un circuito de rally de esos en los que si te sales un poco del recorrido tienes un árbol dentro del coche.

Terminado el minuto de apreciar el paisaje y ponerse en situación, toca buscar a los instructores y compañeros. Donde debería haber encontrado a mi grupo de novatos encontré a otro grupo que como yo, formaba parte de una élite selecta de novatos que entienden perfectamente las explicaciones de los monitores, pero que son incapaces de llevarlas a cabo. De ese pequeño grupo de 3 o 4 personas conocí a mi compañero de fatigas y caídas: Juan, un estudiante de derecho de Málaga con mi misma edad y misma cultura esquiadora. Juntos monopolizamos el suelo de esa pista, pasamos tanto tiempo tirados en el mismo que al final le pillamos cariño y todo.

Pero hablemos del "aprendizaje". Lo primero que te enseñan los instructores es a avanzar en plano y girar: basta con poner los esquís en paralelo, impulsarse con los bastones y cuando se quiera girar se inclina el esquí contrario a la dirección que quieres tomar apuntando hacia esa dirección, una cosa muy sencilla.

Una vez que te has caído, porque te vas a caer haciendo la cosa tan sencilla previamente citada, te enseñan a levantarte: se ponen los esquís perpendiculares a la inclinación de la pista, apoyas el bastón del lado a donde quieres levantarte y te das impulso con el brazo que está contra el suelo (lo normal es caer de lado) para después levantarte con la fuerza de tus piernas. Cuando te das cuenta de que estás cansado por lo de las cuestas y que tendrías que haber echado unos meses en el gimnasio previamente, te dejan que te quites los esquís y te levantes como todo el mundo.

Ya en pie y con los esquís otra vez en su sitio, cosa no tan fácil de hacer ya que tienen una tendencia a deslizarse escapando de tu pie digamos bastante alta, te enseñan a frenar al estilo principiante: abres las piernas e inclinas los pies hacia el interior, formando una delta con los esquís. Sorprendentemente conseguí realizar esa maniobra sin muchos problemas... en plano.

Con esos movimientos básicos ya estas preparado para subir arriba y empezar a despeñarte por las cuestas, pero para llegar arriba primero hay que alcanzar el mini-telesilla, que si bien no estaba lejos, me valió un par de caídas en las que comenzaron un par de escenas recurrentes durante el resto de la mañana:

Escena Recurrente 1: Yo en el suelo recibiendo a Justa que viene bajando la colina perfeccionando sus técnicas de principiante. Tras preguntarme cómo me encuentro, me ayuda a levantarme, me da un par de consejos y sigue adelante, normalmente dándome ejemplo de cómo se hace algo. Esta escena, que al principio tenía casi carácter maternal para con un niño de 4 años que está aprendiendo, pasó a convertirse a partir de la décima vez en una clásica charla moralizadora de sargento. (nota mental: recordar la nota mental anterior)

Escena Recurrente 2: Yo parado (normalmente en el suelo también) saludando a Justa con sonrisa de circunstancias mientras sube con el mini-telesilla. Para acentuar el dramatismo de la escena, normalmente también hay uno o dos críos de medio metro de estatura pasando por mi lado esquiando como si eso no supusiese ninguna dificultad (y normalmente sin bastones).

Cuando por fin conseguí subir al mini-telesilla de marras y acceder a la parte alta de la pista empecé a conocer a TODOS los monitores de la misma a medida que iba descendiendo/cayéndome, los cuales intentaban con poco éxito ponerme en el buen camino, que más que referirse a "esquiar bien", el buen camino viene a ser "fuera del trayecto del telesilla donde obstruyes el paso a todo el mundo y lejos de donde puedas causar victimas inocentes". Aunque no pudieron hacer mucho por mejorar mi técnica esquiadora, al menos nos lo pasamos bien hablando de lo torpe que era y de cómo debería pasarme al fútbol.

Llegado cierto momento de crisis para los pobres instructores, Paul apareció de la nada y con ganas de ayudarnos a mí y a Aude, que aunque no necesitaba tanta ayuda como yo, también tenía sus problemas para permanecer de pie mucho tiempo. Por supuesto, entre lección básica y caída resultante, pude experimentar en mis carnes la antes mencionada técnica salpica-caras de Paul, que está perfeccionando para convertirla en un movimiento hit-and-run.

Al final, después de unas cuantas caídas más, la última de las cuales había sido cercana a una pierna rota por parte de Juan, llegó la hora del almuerzo. Dándonos cuenta de que nos habíamos jugado el tipo suficientes veces, mi compañero de caídas y yo decidimos que el tema del esquí lo íbamos a posponer para otro momento en el que nos viésemos en mejores condiciones (o en que se alinearan los planetas). Felices de seguir vivos para contarlo (sobretodo después de intentar bajar una escalera con las dichosas botas esas puestas), nos dirigimos a un alejado rincón de las pistas donde nuestro abultado grupo de compañeros devoraba una especie de mini-bocadillo de ensalada típico noruego y sucedáneos de kit-kat acompañados de botellines de agua y ¡naranjas españolas!


Sorprendentemente buenas, por cierto (la parte a la que apunto esta pelada, antes de que preguntéis, aunque solo hice el gesto para la foto). En la foto podéis ver a Paul y a Aude, después de superar la decepción inicial de ver que había devuelto los esquís. Diederik debía estar demostrando que puede saltar con las botas de esquiar e incluso chocarlas en el aire o convenciendo a Justa para que se pasara a una pista para esquiadores más avanzados en ese momento (aún no sé si lo consiguió).

Las dos horas que quedaban hasta que nos marchásemos de allí las eché con Juan en la cafetería comentando nuestras torpezas del día y elaborando teorías acerca del esquí, como por ejemplo "¿por qué ningún esquiador que conoces se acuerda de su primera vez esquiando?" o la edad normal para empezar a esquiar en países con pistas de esquí. La edad básica la establecimos en 4 años a raíz de una conversación que mantuvimos con una italiana que estaba sentada a nuestro lado junto con miembros del SiB (los organizadores del evento) y una periodista noruega que sabía español (había vivido en Madrid una temporada) con los que hicimos bastantes buenas migas. Tan buenas fueron las migas (y tanto debí dar la nota) que me gané la foto de portada y un comentario en el pequeño artículo que escribió la muchacha. ¡Ya soy oficialmente una celebridad!

En resumen, mi experiencia con los esquís fue mas bien un encontronazo con la realidad, pero al menos me lo pasé bien y no emulé a mi buen amigo Blas cuando se dejó en Sierra Nevada el ligamento cruzado anterior con un mal giro (no había ganas de pasar el resto de Erasmus con muletas).

Más historias ¿pronto?. ¡Nos vemos!

PD: Perdón por la mega-entrada, no lo he podido evitar :P

viernes, 28 de marzo de 2008

27-03-08: A esquiar!! (1ª parte)

Una de las cosas que no se pueden pasar por alto si vas a un país nórdico es esquiar, menos aún cuando te dicen que por sólo 400 coronas (50 euros) vas a tener cientos de oportunidades de partirte una o dos piernas... ejem... quiero decir... que por 50 euros vas a poder disfrutar de una estupenda jornada de ski (esquí). En realidad ya se me había presentado la ocasión unas dos semanas antes y por 50 coronas menos, pero problemas técnicos con el alquiler de un autobús me dejaron fuera del viaje (junto con los otros 50 chavales/as que se quedaron con la misma cara de tontos que yo). Afortunadamente el mundo no se acabó al día siguiente, y ahora puedo contar que he "esquiado" y no he vuelto en un cubo, como predije a alguno que otro el día anterior (me alegro de no valer como profeta), aunque para llegar a este punto he tenido que superar una serie de dificultades, cómo no.

El primer problema era la ropa. La nieve tiene una serie de ligeros defectillos que pueden afectar directamente la salud del esquiador, básicamente dos: está fría y moja. Esto viene a decir que los vaqueros que tan feliz lleva uno a diario y los guantes de tela NO valen para esquiar, a no ser que tengas ganas de pillar una pulmonía en el mejor de los casos. La solución pasa por agenciarse ropa de esquiar, que normalmente viene a costar más de lo que mis escasos fondos de estudiante me permiten. En vista de que hacer cuentas iba a resultar doloroso, no tuve más remedio que echar mano de los amigos (qué majos ellos).


En esta foto que parece sacada de una mañana de Reyes podemos apreciar, de izquierda a derecha: chaquetón y polar de Javi, guantes de nieve de Rokas, botas de mi hermano (bueno, técnicamente por herencia son mías), gorro mío (sí, mío, ¡increíble!) y pantalones de nieve de Paula (heredados de Noe). Antes de nada, dar las gracias a todos, sin vosotros me habría muerto de frío o de pobre (que habría resultado en morir de frío bajo un puente). Tras eso, comentar que lo malo de pedir prestada ropa es que nunca vas a acertar con la talla: Rokas me saca una cabeza y sus manos son bastante mas grandes que las mías, y respecto a los pantalones... digamos que ese día mi voz se percibía extrañamente aguda.

El segundo problema era el tiempo, siendo éste más un posible problema. A pesar de que estamos a finales de Marzo, en Noruega la nieve aún nos cae como si estuviésemos en Febrero, pero el tiempo el día antes del viaje era más bien primaveral:


Naturalmente, lo de tiempo primaveral hace alusión al sol que entra por la ventana, no al desorden que reina en mi cuarto que puede interpretarse como una referencia a la Fiesta de la Primavera. Y sí, tengo mis maletas encima de los estantes, que yo estoy hecho un artista postmoderno y nadie me comprende.

Al final el tiempo fue frío y nublado, perfecto según los esquiadores experimentados, y con nieve abundante a la vuelta del viaje, por lo que el único problema que quedaba residía en mí mismo: no había esquiado en toda mi vida.

Si bien la última vez que hablé de primeras veces (tortilla de patatas) pude hacerlo con orgullo, en esta ocasión creo que no voy a tener la oportunidad. Antes de relatar mi penosa actuación, introduciré un par de personajes en la historia.

Diederik: Belga conocido internacionalmente (en Fantoft) por haber agregado (nadie sabe cómo) a prácticamente toda la gente de la residencia como amigos en el Facebook durante las primeras semanas del cuatrimestre pasado. Por eso y porque allí donde haya una fiesta en Fantoft hay una alta probabilidad de encontrarte con él. Experto esquiador.

Paul: Danés con conocimientos básicos de español: su saludo típico es "¡Hola cabrón!", actualmente bajo mi tutela en el idioma para apreciar las diferencias entre usar "la", "de" y "tu" delante del "p**a madre". Experto esquiador especialista en la famosa técnica de frenar dejando la cara del prójimo cubierta de nieve (está trabajando en su ángulo de freno para que funcione con noruegos altos).

Aude: Francesa gótica (o así la llamamos Marla y yo) a la que instigo a beber en todas las fiestas sin éxito (soy un perversor de abstemios). Debe ser principiante en esto de esquiar, pero aún así ese día optó por probar el snowboard (¿su segunda o tercera vez en la nieve?) con algo más de éxito que yo en los esquís.

Justa: Lituana amiga de Rokas (y mía por extensión) con la que me llevo bastante bien. Su segunda vez esquiando sorprendentemente bien.

Estos cuatro eran prácticamente toda la gente que conocía cuando subí al autobús a las 8:30 rumbo a Eikedalen (en realidad conocía a medio autobús de fiestas y demás, pero con esta gente tenía más relación). Durante la hora que duró el trayecto en bus, Paul intentó ponerme al corriente de todos los detalles que tenía que tener en cuenta para volver a casa con las dos piernas intactas, detalles de los que tomé nota mental y con los que comencé a hacerme una idea aproximada de como era esquiar. No parecía tan difícil.

Tras llegar y esperar unos 20 minutos a que la marabunta de estudiantes que habían salido antes que nosotros de los dos autobuses alquilase el conjunto esquís-botas-palos, pude proceder a hacer lo propio y me encontré con el primer gran inconveniente del esquiador novato: las botas. Al no tener muy claro si mi pie era una talla 41 o 42 pedí la mas alta de las dos; no se si eso influyó en el hecho de que llevar esas botas se me hiciera un auténtico calvario.

Para empezar, ponérselas es complicado, o al menos lo es la primera vez. Las botas tienen que estar bien ajustadas para mantener fijo el pie y no volver a casa con los tobillos hechos gelatina, pero el simple hecho de ajustarlas me estaba resultando imposible, debido a posiciones complicadas, falta de punto de apoyo o fuerza en los brazos. En vista de que me iba a tirar el día sentado intentando ponerme unas botas, Justa vino y en dos segundos tenía mis botas ¿perfectamente? ajustadas. O yo soy muy débil o esta chica es fuerte (nota mental: no hacer enfadar a Justa).

Superada la estupefacción inicial viene el siguiente punto importante de las botas, ¿dije ya que el pie tenía que estar fijo? Y bien fijo que estaba, toda la libertad de la que se goza al tener una suela flexible con la que ejercer impulso con el pie desaparece mágicamente: ahora tienes dos patas de palo con las que moverte. No puedes saltar (o al menos no de la forma habitual), tu velocidad de desplazamiento se ve reducida a 1/4 de lo normal y cada paso que das se convierte en un maravilloso festival de sensaciones dolorosas, ya que intentas andar distribuyendo el peso de tu cuerpo de la manera habitual cuando tus pies ya no son tus pies encontrando presión y resistencia en sitios que no esperabas. Os animo a todos a probarlo.

Andando al más puro estilo robot del futuro conseguí salir de la tienda de alquiler para encontrar al grupo de monitores que iba a estar a cargo de los novatos hasta la hora del almuerzo, grupo de personas que se merece un monumento por toda la paciencia que tuvieron que echar conmigo ese día. Tras distribuirnos en grupos pequeños, nos dirigimos a la zona para principiantes, una pista no muy grande para ir familiarizándose con el manejo. Pista a la que se llegaba después de subir dos pequeñas cuestas. La primera se hizo complicada por el hecho de que las botas dejaban poca maniobrabilidad al pie, pero la segunda fue el auténtico reto, ya que tras pasar la primera cuesta la instructora nos enseñó a ponernos los esquís, para luego enseñarnos como subir una cuesta con los esquís puestos.

Si ya sientes extraños tus pies con esas botas, ponle ahora más armatostes. La sensación para mí fue como cuando llevas un palo sobre los hombros y un cubo lleno de agua a cada lado: controlar los cubos es muy complicado. En el caso de los esquís, controlar la posición de los mismos de forma que los apoyara perpendiculares a la cuesta para subir era imposible: siempre acababa cogiendo un ángulo de inevitable descenso, el cual detenía con los palos/bastones, gracias a los cuales y a la fuerza de los brazos conseguí subir media cuesta. Eso fue todo lo que llegué a subir de la misma con los esquís puestos.

Viendo que el esfuerzo de tirar de todo mi cuerpo solo con los brazos me había hecho sudar bastante (se echa de menos el gimnasio), que había terminado de caerme y que todo mi grupo de novatos había subido la cuesta hacía un rato, me quité los esquís y subí al estilo tradicional a la pista donde Justa, los novatos, unos turistas chinos y un montón de críos de edades comprendidas entre los 6 y los 9 años esquiaban mil veces mejor que yo.

miércoles, 12 de marzo de 2008

12-03-08: Mi primera vez.

Hay momentos en la vida de una persona que suponen un antes y un después, puntos de inflexión tras los cuales miras atrás a tu yo anterior y te das cuenta de que el yo de ahora es un poco más maduro, concretamente en el género masculino la frase que viene a la cabeza es "ya está hecho un hombre". Por diversas razones que no vienen necesariamente a cuento, he dejado que ese momento no se diese en mí durante muchos años.

Hasta anoche.

Así es, ayer hice mi primera tortilla de patatas.


Un poco hecha de más, pero bueno, no se me pegó, lo cual está bastante bien para la primera vez. Y para rematar la faena, estaba bastante buena, si se me permite la modestia. Si hubiese tenido mahonesa habría terminado de bordar la faena pero bueno, no se puede tener todo. Tres patatas, tres huevos y una cebolla bastan para sentirte como en casa otra vez, que no es poco (aunque si hubiese querido sentirme como en casa habría hecho la tortilla un lunes, pero eso es otra historia).

Nunca he sido un tipo muy "cocinitas" (ese puesto siempre estará reservado para Sebas, cocinero oficial del 3F-Clan). Cuando me desteté y me fui a Granada a estudiar descubrí lo maravilloso (y barato) que era comer 6 días a la semana mucho y variado (aunque no siempre de mi gusto) en los benditos Comedores Universitarios, lo cual te quita el quebradero de cabeza de pensar qué vas a almorzar, centrándote como mucho en la cena: normalmente arroz, pasta, un bocadillo de algo, una pizza casera o algo de carne con ensalada (normalmente de bolsa). Sí, mi dieta ha tenido siempre una variedad mas bien escasa, fruto sin duda de mis nulas ganas de cocinar y del consuelo de que la variedad que no me cocino yo me la daban hecha en los Comedores.

Pero entonces te vas a Noruega, y allí no existen los Comedores Universitarios. Bueno, existen las cafeterías de las facultades, donde los estudiantes noruegos acostumbran a comer muy a menudo y que se puede describir como el paraíso del vegetariano y el amante de la comida fría. El vegetariano y el amante de la comida fría con dinero, por supuesto. Añadir que la manzana más ácida que he probado en toda mi vida (tanto que parecía amarga) salió de una de esas cafeterías.

Cuando te das cuenta de que no sólo vas a tener que cocinar un plato más al día, sino que además no dispones de los ingredientes que podrías adquirir normalmente en España (la carne es un lujo aquí) ni tampoco de los medios a los que estabas acostumbrado (este "piso" no tiene horno ni microondas) es el momento de buscar vías alternativas para la alimentación. Cuando te das cuenta de que tus vías alternativas para la alimentación han acabado en una dieta a base de arroz, pasta, pizzas congeladas y ensaladas descubres que quizá esas vías no han sido tan alternativas, aunque al menos los ingredientes ahora son mucho mas sanos y poco a poco me acerco más a esa parte de mi que disfruta las legumbres, verduras y demás cosas que no podían morderte, picotearte o darte coces antes de estar en tu plato.

Y entonces pasa lo que tiene que pasar: te aburres. Comer es uno de los placeres principales de la vida o al menos eso dicen, ¿por qué no disfrutarlo? Así que lo siguiente que hace uno es automático: buscar recetas en Google. Es increíble lo aburrida que está la gente en el mundo y las ganas de publicar recetas en la red que tienen.

Benditas sean esas personas.

Aunque en realidad la única receta que saqué de la red (hasta ayer) fue una de arroz con carne al curry que no acabó de convencerme (no compré buena carne). Pero a pesar de eso he añadido un poco de variedad a mi dieta en forma de mazorcas asadas, sopitas varias (fruto de mi experiencia griposa y titánicos esfuerzos por parte de Marla) , crepes y ahora también tortilla de patatas, que surgió en mi mente a raíz de los preparativos de una fiesta donde Paula me dejó solo ante el peligro en forma de tortilla de champiñones. Tortilla de champiñones que terminó siendo revuelto de champiñones, pero eso ya lo contaré en otra ocasión. La próxima visita al LIDL implicará adquirir pescado congelado, que me han dicho que no es tan caro y sale bastante bien.

Pero en resumidas cuentas, lo importante es que he pasado de comer esto:


a comer esto:


En definitiva: Mamá... ya me he hecho un hombre.

¡Nos vemos!

PD: Ya sé subir fotos jejejeje...

sábado, 1 de marzo de 2008

01-03-08: La aventura de comprar.

Marzo ya. Sí que ha pasado tiempo desde la última vez que me puse frente al portátil con la intención de contar mi vida, aunque sólo fuese una pequeña parte de ella. Sea por la falta de tiempo, de libertad, de inspiración, de ganas o de salud, cualquier cosa ha servido para alejarme del teclado, pero por alguna razón que desconozco (seguramente la nostalgia), ayer me encontré tecleando mentalmente de camino a casa cosas que hoy recuerdo remotamente y que intentaré reproducir de aquella manera por aquí.

Después de un mes de hacer redacciones para una asignatura no-informática la mar de apañada (sin matemáticas de por medio ni nada por el estilo), una semana de pereza absoluta y otra de experimentar lo que he quedado en llamar "gripe noruega", que viene a ser como la gripe de toda la vida pero más de buen rollo (que los noruegos son majos hasta para las enfermedades), me encontraba ayer en un estado de absoluta desgana por cualquier cosa, sobre todo después de valorar nuevamente mi maravilloso drama académico, cuando añadí al problema un elemento nuevo llamado "no tengo nada para comer". Naturalmente, lo siguiente que hace cualquier persona, por misterioso que resulte, es mirar por la ventana.

Tormenta.

No podía ser de otra manera. Viviendo en lluvia-landia uno sabe lo que le espera cada vez que necesite salir a la calle por lo que sea. Pero como todos sabemos, si hay algo más fuerte que el poder de la Naturaleza y el poder de Greyskull juntos, ese es el poder de la Gusa (o el poder del Gusanillo, comúnmente conocido por estos lares como el Hambre), así que ni corto ni perezoso me cogí el paraguas, la mochila y unas bolsas para seguidamente aventurarme en mi expedición número chorrocientas a lo que viene a ser el santuario del estudiante pobre (y hambriento): el LIDL.

Y así, mientras orientaba el paraguas de manera que el viento y la lluvia le dieran de frente a medida que avanzaba por el camino que tantas veces he recorrido ya, empecé a recordar las peripecias que había pasado sólo para hacer de este "paseo" una rutina casi semanal. ¿Y yo por qué no he contado esto antes? Ese es el tipo de pregunta que me hace volver aquí.

Mi primer viaje al LIDL comenzó como casi todo lo que he hecho en Noruega: preguntando. Hacía poco que había conseguido sacar dinero por primera vez (400 coronas, que vienen a ser como 50 euros) y empezaba a pensar que vivir solo de agua y galletas no debía ser muy sano (sobre todo porque se me estaban acabando las galletas). Ya había pasado por el Safari, un supermercado que tenemos a la salida de la residencia, y había sufrido en mis carnes los precios noruegos. Lo "barato" valía el doble que en España y lo "normal" prácticamente el triple. El Safari quedó automáticamente fuera de la lista de sitios de compra habituales. Comentando esto con alguien (seguramente algún español) me enteré de que no muy lejos de ahí había un LIDL, que como todos sabemos es el sitio más barato con diferencia en muchas cosas, aparte del lugar menos fiable en cuestión de calidad también con diferencia. Teniendo en cuenta mi condición de superviviente (la beca Erasmus no da para mucho), pregunté en recepción cómo llegar hasta allí.

En recepción, muy amables ellos, me facilitaron un mapa en el que se podía ver claramente un minúsculo puntito en una esquina del mismo que representaba (conceptualmente, supongo) la residencia, y una marca en plan mapa del tesoro a unos 3 o 4 dedos de distancia que indicaba la posición del LIDL. Poniendo cara de circunstancias y dándome cuenta de que ese mapa tenia el nivel de detalle de una pintura rupestre, di las gracias y salí de allí con la sana intención de preguntar a la gente por la calle.

Tras salir del recinto de la residencia y cruzar el puente sobre la carretera principal que hay frente a ella, puente en el cual estaría bien notar que en uno de mis viajes me lo encontré helado y lo suficientemente resbaladizo como para darme un monumental culazo y sonreírle a una anciana mientras en mi cabeza me daba cuenta de la utilidad que tenían unas tablas puestas a modo de escalones en un lateral del camino, me encontré con el primer problema típico de seguir un mapa: una bifurcación. Según el mapa había una especie de camino laberíntico si seguía de frente por el que posiblemente llegara al LIDL, o posiblemente me encontraran al día siguiente totalmente perdido. La otra posibilidad que se me ocurría era seguir la carretera principal, que parecía describir un arco alrededor de la zona de caminos intrincados. Y digo parecía porque la dichosa carretera seguía por fuera del mapa que me habían dado y volvía a aparecer mas adelante junto a la marca del tesoro. Si bien en un principio me decidí por perderme un poco por lo que tenía pinta de ser el camino mas directo, a los pocos pasos me encontré con que el camino parecía cortado (y digo parecía porque lo vi de lejos) por unas obras junto a un colegio, así que sin comprobación alguna cambié de rumbo y tomé el camino de la carretera. Sería mas largo pero debería llevarme directamente allí, pensé.

Encontrar el nombre del sitio en el que estaba en mi maravilloso cutre-mapa con micro-letras se estaba volviendo realmente complicado, así que tras un par de lo que consideré desvíos lógicos en el camino, encontré a una mujer descargando cosas de una furgoneta y le pregunté si sabia llegar al LIDL desde allí. La mujer se echó las manos a la cabeza. Básicamente el mensaje era que aun tenía que andar un rato, pero ahora también tenía otro punto de referencia: tenía que buscar un castillo junto a un fiordo. Lo siguiente seguramente sería asaltar el castillo y hacer una escenita de película medieval, pero no, la mujer me estaba hablando en serio: era el castillo de veraneo de la familia real noruega (el Haakon y la Mete-Marit o como se escriba). ¿Qué clase de familia real se construye un castillo junto al LIDL? Si es que hay gente que no tiene ningún sentido de la estética, oiga.

Chuminadas aparte, tras 20-30 minutos más de andar y otras 2 o 3 personas preguntadas pude (por fin) ver el castillo a lo lejos, y más importante que eso, el inconfundible letrero bien hermoso de grande del LIDL. Tras cruzar la carretera y comprobar que los noruegos SIEMPRE paran en los pasos de peatones (si alguno no para es que no es de allí) por fin estaba en el LIDL, donde pude comprobar que los precios eran al cambio más o menos como en España y que apenas había un par de marcas que me sonaran de algo (por supuesto eran lo más caro que había). Entonces es cuando surge un nuevo problema: ¿qué comprar? Había venido sin lista de la compra y a medida que miraba cosas me decía "esto no, porque no tengo platos/vasos/tazón/sartén/olla". De hecho, en ese momento caí en la cuenta de que estar ahí no me servía de nada ya que no tenía aun trastos en la cocina. Mi compañero apenas tenía una cuchara, un tenedor, un tazón y un cazo, pero yo es que ni eso. Bueno sí, mi botellín de agua.

...

Tras coger una bolsa de patatas fritas y MAS galletas (que por cierto, las galletas Maria se llaman Maria aquí también) me dispuse a coger el camino de vuelta cuando me di cuenta de que si volvía a tomar el camino de antes me llevaría media vida volver. Volví a entrar en el LIDL para preguntarle a alguien, lo cual también fue un engorro ya que los supermercados estos tienen la entrada y la salida separadas, por lo que tuve que pasar por caja otra vez para alcanzar a la gente que ya había terminado sus compras para preguntarles. Me acerqué a una pareja de abuelos mapa en mano y les pregunté si sabían como llegar desde allí a Fantoft, contándoles un poco el camino que había seguido antes en el proceso. Tras confirmarme que mi mapa era más cutre que el batmovil del año del catapún y estar discutiendo algo entre ellos en noruego, la pareja simplemente me dijo que les acompañara. Pensando que me iban a dar indicaciones fuera los seguí, para encontrarme con que querían llevarme en coche. Un poco por desconfianza y más por no querer resultar una molestia, les dije que me bastaba con que me explicasen el camino, más que nada porque tendría que andarlo en otras ocasiones y si me llevaban en coche no me lo iba a aprender.

La pareja se mira.

Comentan un par de cosas en noruego.

El abuelo me mira a mí. "No pasa nada," dice, "yo te enseño el camino."

A los cinco minutos me encontraba subiendo cuestas con un abuelo de unos 70 y pico años que podía correr la maratón y repetir mientras me esforzaba por no jadear y parecer un debilucho frente a este hombre, cosa que por supuesto no conseguí. El abuelo me llevo por el laberíntico camino del mapa como si tal cosa, indicándome los puntos de referencia para no perderme y pasando junto a las famosas obras que no cortaban en absoluto el paso para dejarme tranquilamente frente al Safari, donde nos esperaba su mujer con el coche. Si es que son majos estos noruegos. Tras darle las gracias varias veces y comentar alguna que otra historia de sus visitas por España (estos noruegos han estado en todas partes, no como yo), me despedí de ellos y me dirigí de vuelta a casa, más o menos un par de horas después de haber salido de ella, dispuesto a pegarme un atracón de patatas fritas. Y galletas.

En algún momento de esa semana aproveché que la residencia había puesto un autobús gratuito para el Ikea y con la ayuda de Marla, que ya había estado por ahí uno o dos días antes, conseguí cacharros de todo tipo para la cocina y el cuarto. Era el momento para hacer un segundo viaje al LIDL y hacer una compra de verdad.

Pero claro, piensas "está lejos y voy a hacer una compra más o menos semanal", así que se me ocurrió preguntarle a alguien en la parada del autobús si había alguno que llevara hasta allí, aunque fuera para la vuelta. Con mi experiencia previa con abuelitos noruegos, me acerqué a una mujer algo mayor que esperaba al autobús (de hecho creo que era la única en ese momento del día). Cuando le pregunté si sabía de algún autobús, la mujer inclinó un poco la cabeza, se bajó las gafas que llevaba otro poco y me echó la mirada más reprobatoria que he recibido nunca mientras me decía "¿Tú eres un hombre o un niño?".

Me quedé totalmente parado y se me escapó una sonrisita de circunstancias. "¿Perdón?".

"El LIDL está solo a 15 minutos a pie desde aquí, ¿y tú quieres coger el autobús?", me dijo aún con su mirada de Señorita Rottenmeier.

Aunque su argumento era aplastantemente cierto, mis motivos también eran válidos, así que le expliqué que tenía que volver cargado con mucha compra y que el camino estaba lleno de cuestas. Su respuesta fue del mismo tono que sus otras argumentaciones.

"Yo subo y bajo la montaña con 15 kilos en cada brazo, y no soy una mujer particularmente fuerte". No, eres la súper-abuela o al menos la madre de Superman. Tras ver mi cara de incredulidad, la señora se fijó en que llevaba las llaves de la residencia y me dijo que si quería tener éxito en los estudios necesitaba tener un cuerpo fuerte, así que ya podía estar tomando el camino.

Empujado por el respeto a las personas mayores y la infantil idea de que era "un hombre", fui y volví por el camino que ya conocía con dos o tres bolsas por mano, sudando la gota gorda y parando dos o tres (o cuatro o cinco o seis...) veces por el camino de cabras por el que el amable anciano iba tan feliz mientras yo jadeaba sin carga alguna.

Tras aquello, ir al LIDL era la auténtica aventura de cada semana (después de volver de los exámenes de septiembre), ya que no tuve la suficiente cabeza como para pensar que podía llevarme una mochila a la espalda para cargar cosas hasta muuuchas semanas después. Recientemente además, ya en este cuatrimestre, descubrí dónde coger el autobús para volver, que si bien hay que tomar dos autobuses, te quita la faena de volver medio descamisado y jadeando por el camino pasando al lado de gente abrigada hasta las orejas y mirándote raro, que quieras que no es un espectáculo poco agradable. Aparte que cuando llegas a casa y estás que te mueres, a veces a la gente le puede dar por llamarte y bueno, hablar por teléfono puede hacerse complicado e incluso asusta al personal.

Y así más o menos he llegado hasta aquí, viviendo de algo más que de patatas fritas y galletas varias, y se dónde pillar esto y aquello, para los que se preguntaran cómo no me he muerto con las cosas que cuento. Este es el momento en que me doy cuenta de que llevo 2 horas escribiendo y que ya tiene pinta de post kilométrico, así que va siendo hora de cerrar el kiosko, espero que no durante tanto como la última vez que cerré. Con un poco de suerte a la próxima que me venga la inspiración, será para escribir algo que no tenga que ver con mis problemas con el dinero o los estudios, aunque conociéndome no prometo nada. ¡Nos vemos!