viernes, 28 de marzo de 2008

27-03-08: A esquiar!! (1ª parte)

Una de las cosas que no se pueden pasar por alto si vas a un país nórdico es esquiar, menos aún cuando te dicen que por sólo 400 coronas (50 euros) vas a tener cientos de oportunidades de partirte una o dos piernas... ejem... quiero decir... que por 50 euros vas a poder disfrutar de una estupenda jornada de ski (esquí). En realidad ya se me había presentado la ocasión unas dos semanas antes y por 50 coronas menos, pero problemas técnicos con el alquiler de un autobús me dejaron fuera del viaje (junto con los otros 50 chavales/as que se quedaron con la misma cara de tontos que yo). Afortunadamente el mundo no se acabó al día siguiente, y ahora puedo contar que he "esquiado" y no he vuelto en un cubo, como predije a alguno que otro el día anterior (me alegro de no valer como profeta), aunque para llegar a este punto he tenido que superar una serie de dificultades, cómo no.

El primer problema era la ropa. La nieve tiene una serie de ligeros defectillos que pueden afectar directamente la salud del esquiador, básicamente dos: está fría y moja. Esto viene a decir que los vaqueros que tan feliz lleva uno a diario y los guantes de tela NO valen para esquiar, a no ser que tengas ganas de pillar una pulmonía en el mejor de los casos. La solución pasa por agenciarse ropa de esquiar, que normalmente viene a costar más de lo que mis escasos fondos de estudiante me permiten. En vista de que hacer cuentas iba a resultar doloroso, no tuve más remedio que echar mano de los amigos (qué majos ellos).


En esta foto que parece sacada de una mañana de Reyes podemos apreciar, de izquierda a derecha: chaquetón y polar de Javi, guantes de nieve de Rokas, botas de mi hermano (bueno, técnicamente por herencia son mías), gorro mío (sí, mío, ¡increíble!) y pantalones de nieve de Paula (heredados de Noe). Antes de nada, dar las gracias a todos, sin vosotros me habría muerto de frío o de pobre (que habría resultado en morir de frío bajo un puente). Tras eso, comentar que lo malo de pedir prestada ropa es que nunca vas a acertar con la talla: Rokas me saca una cabeza y sus manos son bastante mas grandes que las mías, y respecto a los pantalones... digamos que ese día mi voz se percibía extrañamente aguda.

El segundo problema era el tiempo, siendo éste más un posible problema. A pesar de que estamos a finales de Marzo, en Noruega la nieve aún nos cae como si estuviésemos en Febrero, pero el tiempo el día antes del viaje era más bien primaveral:


Naturalmente, lo de tiempo primaveral hace alusión al sol que entra por la ventana, no al desorden que reina en mi cuarto que puede interpretarse como una referencia a la Fiesta de la Primavera. Y sí, tengo mis maletas encima de los estantes, que yo estoy hecho un artista postmoderno y nadie me comprende.

Al final el tiempo fue frío y nublado, perfecto según los esquiadores experimentados, y con nieve abundante a la vuelta del viaje, por lo que el único problema que quedaba residía en mí mismo: no había esquiado en toda mi vida.

Si bien la última vez que hablé de primeras veces (tortilla de patatas) pude hacerlo con orgullo, en esta ocasión creo que no voy a tener la oportunidad. Antes de relatar mi penosa actuación, introduciré un par de personajes en la historia.

Diederik: Belga conocido internacionalmente (en Fantoft) por haber agregado (nadie sabe cómo) a prácticamente toda la gente de la residencia como amigos en el Facebook durante las primeras semanas del cuatrimestre pasado. Por eso y porque allí donde haya una fiesta en Fantoft hay una alta probabilidad de encontrarte con él. Experto esquiador.

Paul: Danés con conocimientos básicos de español: su saludo típico es "¡Hola cabrón!", actualmente bajo mi tutela en el idioma para apreciar las diferencias entre usar "la", "de" y "tu" delante del "p**a madre". Experto esquiador especialista en la famosa técnica de frenar dejando la cara del prójimo cubierta de nieve (está trabajando en su ángulo de freno para que funcione con noruegos altos).

Aude: Francesa gótica (o así la llamamos Marla y yo) a la que instigo a beber en todas las fiestas sin éxito (soy un perversor de abstemios). Debe ser principiante en esto de esquiar, pero aún así ese día optó por probar el snowboard (¿su segunda o tercera vez en la nieve?) con algo más de éxito que yo en los esquís.

Justa: Lituana amiga de Rokas (y mía por extensión) con la que me llevo bastante bien. Su segunda vez esquiando sorprendentemente bien.

Estos cuatro eran prácticamente toda la gente que conocía cuando subí al autobús a las 8:30 rumbo a Eikedalen (en realidad conocía a medio autobús de fiestas y demás, pero con esta gente tenía más relación). Durante la hora que duró el trayecto en bus, Paul intentó ponerme al corriente de todos los detalles que tenía que tener en cuenta para volver a casa con las dos piernas intactas, detalles de los que tomé nota mental y con los que comencé a hacerme una idea aproximada de como era esquiar. No parecía tan difícil.

Tras llegar y esperar unos 20 minutos a que la marabunta de estudiantes que habían salido antes que nosotros de los dos autobuses alquilase el conjunto esquís-botas-palos, pude proceder a hacer lo propio y me encontré con el primer gran inconveniente del esquiador novato: las botas. Al no tener muy claro si mi pie era una talla 41 o 42 pedí la mas alta de las dos; no se si eso influyó en el hecho de que llevar esas botas se me hiciera un auténtico calvario.

Para empezar, ponérselas es complicado, o al menos lo es la primera vez. Las botas tienen que estar bien ajustadas para mantener fijo el pie y no volver a casa con los tobillos hechos gelatina, pero el simple hecho de ajustarlas me estaba resultando imposible, debido a posiciones complicadas, falta de punto de apoyo o fuerza en los brazos. En vista de que me iba a tirar el día sentado intentando ponerme unas botas, Justa vino y en dos segundos tenía mis botas ¿perfectamente? ajustadas. O yo soy muy débil o esta chica es fuerte (nota mental: no hacer enfadar a Justa).

Superada la estupefacción inicial viene el siguiente punto importante de las botas, ¿dije ya que el pie tenía que estar fijo? Y bien fijo que estaba, toda la libertad de la que se goza al tener una suela flexible con la que ejercer impulso con el pie desaparece mágicamente: ahora tienes dos patas de palo con las que moverte. No puedes saltar (o al menos no de la forma habitual), tu velocidad de desplazamiento se ve reducida a 1/4 de lo normal y cada paso que das se convierte en un maravilloso festival de sensaciones dolorosas, ya que intentas andar distribuyendo el peso de tu cuerpo de la manera habitual cuando tus pies ya no son tus pies encontrando presión y resistencia en sitios que no esperabas. Os animo a todos a probarlo.

Andando al más puro estilo robot del futuro conseguí salir de la tienda de alquiler para encontrar al grupo de monitores que iba a estar a cargo de los novatos hasta la hora del almuerzo, grupo de personas que se merece un monumento por toda la paciencia que tuvieron que echar conmigo ese día. Tras distribuirnos en grupos pequeños, nos dirigimos a la zona para principiantes, una pista no muy grande para ir familiarizándose con el manejo. Pista a la que se llegaba después de subir dos pequeñas cuestas. La primera se hizo complicada por el hecho de que las botas dejaban poca maniobrabilidad al pie, pero la segunda fue el auténtico reto, ya que tras pasar la primera cuesta la instructora nos enseñó a ponernos los esquís, para luego enseñarnos como subir una cuesta con los esquís puestos.

Si ya sientes extraños tus pies con esas botas, ponle ahora más armatostes. La sensación para mí fue como cuando llevas un palo sobre los hombros y un cubo lleno de agua a cada lado: controlar los cubos es muy complicado. En el caso de los esquís, controlar la posición de los mismos de forma que los apoyara perpendiculares a la cuesta para subir era imposible: siempre acababa cogiendo un ángulo de inevitable descenso, el cual detenía con los palos/bastones, gracias a los cuales y a la fuerza de los brazos conseguí subir media cuesta. Eso fue todo lo que llegué a subir de la misma con los esquís puestos.

Viendo que el esfuerzo de tirar de todo mi cuerpo solo con los brazos me había hecho sudar bastante (se echa de menos el gimnasio), que había terminado de caerme y que todo mi grupo de novatos había subido la cuesta hacía un rato, me quité los esquís y subí al estilo tradicional a la pista donde Justa, los novatos, unos turistas chinos y un montón de críos de edades comprendidas entre los 6 y los 9 años esquiaban mil veces mejor que yo.

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